El cielo nublado de la mañana de este domingo 28 de septiembre no apagó la emoción que se respiraba en el corazón de la Ciudad de México. El aire estaba cargado de expectativa, como si la propia Plaza de la Constitución contuviera la respiración en espera del primer acorde. Mientras las y los artistas caminaban entre la multitud rumbo al imponente escenario, sus familias se acomodaban con sonrisas, ramos de flores, paraguas y un orgullo que parecía más grande que el mismo Zócalo. Era la presentación de la Orquesta Monumental Metropolitana.
Se podían ver pancartas con mensajes de aliento, como la de Valeria Ortiz, quien escribió: “Te amo, Ian. Eres el mejor”, para apoyar a su novio, integrante del PILARES La Joya. Otros asistentes sostenían celulares listos para grabar a sus hijas e hijos en su primera gran presentación, como si quisieran atrapar en video un pedazo de historia personal. En el escenario, los nervios se mezclaban con risas. Un niño de primaria, parte del programa “Do Re Mi Fa Sol por mi Escuela”, repasaba las canciones con manos temblorosas, pero en su mirada brillaba una certeza y estaba a punto de vivir un momento inolvidable.
“Yo ya he trabajado muchas cosas, pero nunca algo tan gratificante y hermoso como la música. Esto lo llamo yo, mi último jalón”, dijo con una sonrisa serena David López, estudiante de 72 años de la UTOPIA Meyehualco. Una frase que resume el espíritu de la Orquesta Monumental Metropolitana: la música siempre llega a tiempo para cambiar la vida de las personas.
Con los sentimientos a flor de piel, las y los 2 mil 600 integrantes fueron tomando su lugar en las secciones de orquesta para dar inicio al ensayo general acompañados de sus instrumentos o su voz.
“No es fácil acomodar a tanto músico tan talentoso. Quiero que tiemble el corazón de la ciudad”, confesó la maestra Lizzi Ceniceros antes de levantar la batuta. Y lo logró. Con el primer gesto, cada acorde hizo vibrar no solo la plancha del Zócalo, sino también a quienes la habitaban la mañana de este domingo, como si el sonido encontrara eco en los latidos de miles de pechos.
Junto a los primeros acordes de “Viva la Vida” de Coldplay, y contra todo pronóstico, el cielo se abrió como un telón y las nubes comenzaron a disiparse hasta dar paso a un sol radiante, que iluminó el escenario como si también quisiera presenciar la magnitud de lo que estaba por ocurrir.
En punto de las 12:00 horas, la secretaria de Cultura de la Ciudad de México, Ana Francis López Bayghen Patiño, subió al escenario acompañada por Lizzi Ceniceros Mirabal, directora de Orquesta y asesora artística de la Orquesta Monumental Metropolitana; con ellas, Pablo Enrique Yanes Rizo, secretario de Educación, Ciencia, Tecnología e Innovación; y Javier Ariel Hidalgo Ponce, coordinador general del Subsistema de Educación Comunitaria PILARES. Coincidieron en reconocer el compromiso, el esfuerzo y la dedicación de docentes, alumnado e instituciones que hicieron posible este evento, recordando que la música, además de arte, es un puente que transforma comunidades enteras.
“Muchas felicidades a la gente que está aquí arriba del escenario; tenemos artistas desde los seis hasta los noventa años y de eso se trata la Orquesta Monumental, de generar comunidad. El objetivo es claro, debemos cambiar la nota roja por la nota musical”, celebró la secretaria de Cultura local.
El concierto inició con “Marcha Radetzky” de Johann Strauss, dirigida por el maestro Enrique Calderón, que encendió la primera ola de aplausos. Después, siguió el “Himno a la Alegría” de Beethoven, a cargo de la maestra Irán Quiróz, y poco a poco la plaza pública más importante del país se transformó en un enorme auditorio al aire libre. Con “Habanera” y “Toreadores” de Bizet, bajo la dirección de Moisés Pascual, el público ovacionó con una energía que hizo vibrar los edificios del Centro Histórico.
Con el popurrí de Pérez Prado la fiesta se desató. La coreografía no se quedó en el escenario, pues varias personas del público marcaron el ritmo con aplausos y algunas se levantaron a bailar al compás del mambo, contagiando de júbilo a quienes miraban a su alrededor.
Mientras las y los integrantes de la Orquesta tocaban, algunos cerraban los ojos para sentir el tempo como un susurro interno; otros seguían con la mirada la batuta compartida entre directoras y directores. Por unos instantes, la Plaza de la Constitución entera parecía respirar al mismo compás, convertida en un solo cuerpo.
“Es una experiencia muy linda verlo cumplir sus sueños. Este tipo de cosas le cambian a uno la vida para bien”, expresó Rosy, vecina de la alcaldía Iztapalapa, mientras observaba a su hijo Juan Carlos tocar junto a todas sus compañeras y compañeros del PILARES Santa Cruz Meyehualco.
El programa continuó con momentos intensos y emotivos, como en el canto africano “Siyahamba”, dirigido por Cony Malacara, mostrando la fuerza de las voces colectivas y “Tango” compuesto por Gina Enríquez, interpretado bajo la dirección de Iván Arias, simbolizó la apertura de nuevos caminos para las mujeres en la música; y con “Kumbala” de La Maldita Vecindad, bajo la batuta de Víctor Tenorio, el corazón de la ciudad vibró al ritmo rebelde del danzón, el ska y el rock latino.
Las últimas notas llegaron con “Mis Sentimientos” de Los Ángeles Azules, dirigida por Ricardo Montes, y “Nunca es suficiente” de Natalia Lafourcade, a cargo de Alfonso Villanueva. Algunos espectadores no pudieron resistir la sensación y volvieron a levantarse a bailar, contagiados por un ambiente que ya no distinguía entre escenario y público.
La emoción de ver a sus seres queridos tocando en el Zócalo era demasiado intensa: algunas personas dejaron escapar lágrimas entre aplausos y vítores, cerrando con sonrisas lo que fue una presentación verdaderamente monumental.
El resultado fue una jornada que unió instituciones, comunidades y familias. Gracias al trabajo en conjunto de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México, el Subsistema de Educación Comunitaria PILARES, UTOPÍAS, el Centro Cultural Ollin Yoliztli, el Coro de la Ciudad de México, las orquestas comunitarias de municipios invitados del Estado de México e Hidalgo y diversas alcaldías de la capital, hizo posible una experiencia irrepetible que quedará grabada en la memoria colectiva de la ciudad.

