Mi bello México, país donde las tortillas y los ídolos no se le niegan a nadie, hermosa chinampa donde una estatua puede forjarse de la ilusión y esperanza y destruirse por el odio de una serie o minoría resentida con la propuesta artística.
No nos estamos peleando de si Colón debe irse a chiflar al monte o si la Diana Cazadora era muy “perfecta” para la autoestima nacional, ahora traemos el último hitazo de la temporada: el drama cubano de “Che y Fidel: edición Cuauhtémoc”.
Así es, queridos adoradores del meme patrio: la alcaldesa Alessandra Rojo de la Vega, decidió quitar del Jardín Tabacalera el conjunto escultórico llamado “Encuentro”, que mostraba nada menos que a Ernesto “Che” Guevara y Fidel Castro. Porque, ya saben, nada como pelearse con estatuas para ocultar que el parque sigue igual de feo.
Según su discurso en redes (grabado en vertical, claro, porque si no, no se viraliza), la alcaldesa dijo que esas esculturas no tenían ni permiso, ni cédula, ni bendición papal. Que los vecinos no podían ni caminar por culpa del Che, como si Guevara hubiera instalado una taquería ilegal ahí o se estacionara en doble fila.
Pero, ¡sorpresa! Resulta que sí había permiso. El Comité de Monumentos y Obras Artísticas en Espacios Públicos (COMAEP, no confundir con COPEMS) sí autorizó la instalación desde noviembre de 2020. O sea, que el berrinche salió más mal documentado que un ensayo de secundaria hecho con ChatGPT a las 3 am.
¿Y luego? ¿Qué pasó con los revolucionarios?
Nadie sabe. Rojo de la Vega no dijo dónde están las esculturas. Tal vez las tiene guardadas en su sala como decoración exótica o ya las vendieron a Galerías el Triunfo para decorar un bar, o en una de esas las escondió junto con los expedientes de obras fantasma. Lo que sí es seguro es que ya hay convocatoria para marchar el 26 de julio —cof cof, casualmente el Día de la Revolución Cubana— para exigir su reinstalación. Porque en México sí protestamos por estatuas, pero no por los políticos que dicen ser diferentes pero están más batidos de suciedad que el bebé de una mamá luchona en concierto de Peso Pluma.
Y mientras unos lloran por Fidel y el Che, en Juchipila, Zacatecas, quieren tumbar a Florinda Meza. Literal. Una convocatoria en Facebook para quitar su estatua (puesta en su pueblo por cariño) ya tiene miles de interesados. Porque si no hay drama con doña Florinda, no es México.
¿Qué tienen en común estas estatuas?
La necesidad mexicana de ponerle cara al mito. Si no tenemos ídolos verdaderos, los inventamos. Como Rodolfo Martínez -interpretado por Rafael Inclán-, en la joyita del cine ochentero El Héroe Desconocido, donde se inventa un héroe local para quedarse con la lana de una colecta. ¿Les suena familiar? Cof cof, algunos proyectos federales o la vaquita que armó Love Army México, de JuanPa Zurita para recaudar fondos para la construcción de 50 casas tras el sismo de 2017.
Porque aquí en México, si algo sabemos hacer, además de memes y teorías conspiranoicas, es levantar estatuas a personajes que:
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Hicieron algo grande (o eso nos contaron y repitieron hasta volverlo neta).
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Vinieron una vez al municipio y dejaron una lechería en la colonia.
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Pusieron un tweet viral o hicieron un trend para subir sus números.
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O simplemente tienen barba mal crecida y aire revolucionario (cof cof, Noroña).
¡Nos encantan los monumentos! Pero más nos encanta tumbarlos cuando cambia el humor colectivo o el partido en turno. De ahí que Colón ya no esté en Reforma, la Diana Cazadora haya sido acusada de body shaming y ahora el Che y Fidel anden de prófugos de bronce.
Entre santos y silicona
En esta tragicomedia escultórica también se cuela el tema de los valores nacionales. ¿Qué representa una estatua? ¿Identidad? ¿Historia? ¿Una excusa para una nota de prensa? Para algunos, poner a San Judas en motoneta el 28 del mes es devoción; para otros, ver a una influencer inaugurando bustos es progreso. Y en medio, el ciudadano común, que ni pidió las estatuas ni votó por los que las quitan, pero que igual se queda sin banqueta.
Y cuando la cosa se pone seria, como con la alcaldesa diciendo que “en Cuauhtémoc se acabó hacer lo que uno quiere”, uno solo puede reír. Porque si quitar un monumento legalmente autorizado sin decir a dónde lo mandaste no es hacer lo que uno quiere, entonces ya no sabemos ni qué es gobernar con “orden y respeto”.
La estatua de Poseidón… porque sí
Y mientras en CDMX nos arrancamos las vestiduras por monumentos que sí tienen historia, en Yucatán se nos aparece Poseidón en la playa. Sí, el dios griego del mar ahora adorna el malecón de Progreso. Porque aquí el sincretismo no se detiene: ya mezclamos lo azteca con lo europeo, lo comunista con lo neoliberal… ¿por qué no meterle mitología griega al turismo?
Junta tus llaves viejas
Porque seguro ya empezarán las colectas de pedacitos de bronce para forjar la del caudillo del bienestar, recuerde solamente que ya se enojó Dios por andar haciendo becerros de oro, y si salimos con burros de bronce nos irá peor. Así que la próxima ocasión no caigamos en provocación porque:
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Quitar o poner estatuas en México sea el nuevo deporte nacional.
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Nuestros héroes, ídolos y “referentes culturales” cambien según quién pague el bronce y mármol.
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Nos encante más el espectáculo de la escultura que la obra pública real.
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Y como buenos mexicanos: si no hay ídolo, se inventa; si no gusta, se tira; y si da likes, ¡se reubica!
Así que ya sabemos: la próxima vez que haya una estatua nueva en la colonia… cuídala. No por respeto, sino porque seguro cuesta más que tapar el bache de enfrente que tiene una eternidad.

