Al momento

Día Mundial de los Pueblos Indígenas: tres aportes ancestrales que podrían erradicar el hambre

vicepresidenta del comité de Bioética de la Unesco, Gabriela Jiménez

Según el más reciente informe The State of Food Security and Nutrition in the World, de la FAO, el 8,2 % de la población mundial pudo haber padecido hambre en 2024. Esa cifra incluye 323 millones de personas en Asia, 307 millones en África y 34 millones en América Latina y el Caribe. El futuro no es menos preocupante: se prevé que 512 millones de personas seguirán padeciendo hambre en 2030.

Sobre eso, los pueblos indígenas tienen mucho que decir. Aunque representan apenas el 6 por ciento de la población mundial y ocupan el 28 % de la superficie terrestre del Planeta, custodian al menos el 80 % de la biodiversidad global terrestre. Eso supone la preservación de bancos genéticos cruciales para la seguridad alimentaria y la ejecución de sistemas alimentarios resilientes al clima y en armonía con el medio ambiente.

Para la bióloga Gabriela Jiménez, Vicepresidenta del Comité de Bioética de la Unesco, es vital volver a las semillas ancestrales. “Las semillas artesanales y campesinas son el patrimonio de nuestra agro diversidad y cientos de ellas se han dejado de cultivar en favor de las que fomentan las producciones más comerciales y la uniformidad, atentando contra la biodiversidad y nuestra espiritualidad, que es el vínculo sagrado con la Tierra”, aseguró.

 

En ese sentido, estas tres prácticas ancestrales —documentadas en el informe anual El Mundo Indígena 2025 del Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas (IWGIA) y en fuentes autorizadas como la FAO— resultan trascendentales en la lucha que el mundo libra contra la inseguridad alimentaria.

Las tres lecciones

1. Milpa o policultivo integrado para nutrición y resiliencia
Comunidades indígenas mesoamericanas han cultivado durante miles de años el sistema milpa, una huerta ancestral en la que se siembran de forma simultánea maíz, frijol, calabaza y decenas de otras plantas nativas en sinergia. Este método simbiótico permite fijar nitrógeno, reducir evaporación y sostener la fertilidad del suelo sin agroquímicos; al mismo tiempo, proporciona una dieta más completa, abundante y variada. Las investigaciones recientes en Guatemala lo describen como “el escudo contra la comida basura y la crisis climática”, pues garantiza autosuficiencia alimentaria incluso en zonas afectadas por sequías y pandemias de malnutrición.

Adoptar este enfoque en las políticas agroalimentarias globales implica promover el policultivo y el acceso a semillas criollas como vía para fortalecer sistemas ecológicos de producción, reducir dependencias costosas y combatir la homogeneización de la dieta global.

2. Soberanía de semillas a través de bancos comunitarios

 

Las comunidades indígenas preservan y multiplican variedades locales de semillas resistentes a plagas, sequías o heladas mediante prácticas tradicionales: selecciones colectivas de las plantas más vigorosas, intercambio comunitario y almacenamiento en silos de barro.

En Guatemala, por ejemplo, gran parte de su milpa se cultiva exclusivamente con semillas nativas, cuidando bancos colectivos de variedades adaptadas al microclima local y evitando la dependencia de semilla comercial o transgénica. Esta práctica ancestral debe integrarse a estrategias globales de seguridad alimentaria como un mecanismo para empoderar sistemas locales, diversificar cultivos y asegurar que los alimentos respondan tanto a las necesidades nutricionales como al contexto ecológico y climático específico.
3. Agroforestería ancestral: el sistema metepantle y “bosques útiles”

Los pueblos conmemoran técnicas agrícolas milenarias como el metepantle nahua, un sistema agroforestal que intercala magueyes, maíz, frijol, calabaza y especies nativas en terrazas diseñadas para conservar suelo, agua y biodiversidad. En Tlaxcala, México, este sistema ha sido reconocido como Patrimonio Agrícola Mundial por la FAO —mantiene 140 especies indígenas, conserva agua en suelos secos y reduce el riesgo de erosión mientras produce alimentos y fibra.

Adoptar modelos como el metepantle a escala comunitaria aporta múltiples beneficios: son sistemas altamente productivos, ecológicamente sostenibles y culturalmente arraigados, capaces de regenerar territorios degradados, combatir el hambre y almacenar carbono mientras fortalecen la identidad de los pueblos originarios.

To Top