Transporte
“Casco de mentira, muerte real: el disfraz de seguridad que mata en dos ruedas”
Ciudad de México, 25 de julio de 2025 — Miles de motociclistas circulan cada día por las avenidas más violentas del país con lo que consideran “protección”. Pero lo que muchos llevan en la cabeza no es un casco: es una simulación. Un objeto ligero, redondo, sin certificación, que apenas cumple con la estética pero no con la función. Un casco de bicicleta usado como si fuera de motocicleta. Un placebo legal que no salva, pero sí condena.
Este fenómeno no es nuevo, pero ha sido normalizado: se observa en entregadores, jóvenes sin licencia, usuarios de apps de bajo costo y motociclistas informales que recorren zonas como Tlalpan, Zaragoza, Periférico o Eje Central. El llamado “casco de bacinica” —ligero, abierto, sin mentonera ni absorción de impacto— se ha vuelto tan común como letal.
Seguridad de utilería
Según estudios internacionales de biomecánica urbana, un casco de ciclismo a 50 km/h absorbe apenas el 30% de un impacto promedio, mientras que uno de motocicleta certificado alcanza entre 78% y 92% de absorción de energía cinética, dependiendo del tipo de colisión. Pero esa no es la única diferencia:
Los cascos de ciclismo no están diseñados para proteger mandíbula, rostro, cuello ni cerebro ante rotación. No sirven contra caídas diagonales ni choques laterales. Y mucho menos contra derrapes.
El golpe que no mata… pero desconecta
Más allá del cráneo roto o el rostro desfigurado, el verdadero riesgo está en lo invisible: la lesión axonal difusa, resultado de movimientos rotacionales que destruyen miles de conexiones neuronales en segundos. Este tipo de daño cerebral, altamente común en accidentes en moto, no puede ser mitigado con un casco de media cobertura, aunque parezca “suficiente” para cumplir con la ley.
Un mercado sin ley, una omisión compartida
Pese a que la NOM-206-SCFI/SSA2-2018 exige que todo casco de motocicleta vendido en México cuente con certificación nacional o internacional (NOM, DOT, ECE), los puntos de venta informales, plataformas digitales y distribuidores mayoristas siguen comercializando productos que no cumplen con el mínimo estándar de resistencia.
Tianguis, ferreterías, tiendas en línea y hasta campañas de reparto urbano entregan cascos que no superan pruebas de laboratorio básicas. Nadie los regula, nadie los retira. Y en los operativos de tránsito, lo que se revisa es que el motociclista “traiga algo puesto”… aunque ese “algo” no salve la vida.
Precio de entrada, costo final
El casco certificado más económico en el mercado ronda los $1,200 a $1,800 pesos, mientras que el casco informal puede conseguirse desde $199 en plataformas como Mercado Libre o redes sociales. La elección, para muchos, no se basa en seguridad, sino en supervivencia económica.
Pero el ahorro es falso. Porque en una colisión, el casco incorrecto no solo expone al conductor a la muerte, también invalida seguros, complica indemnizaciones y convierte cada accidente en una tragedia irreversible.
Las cifras circulan en la vía pública
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Más del 35% de los motociclistas fallecidos en accidentes urbanos en México usaban casco sin certificación.
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En el 70% de los casos fatales por traumatismo craneoencefálico en moto, el casco se desprendió, se rompió o no cubría el rostro.
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La mayoría de estos cascos eran modelos “abiertos” o tipo ciclismo.
Estas cifras no suelen figurar en los reportes diarios de tránsito. Pero aparecen todos los días en los registros de forenses, servicios periciales y hospitales públicos.
Protección no es apariencia
El casco no es un accesorio. Es la última barrera entre el cráneo y el concreto. Y cuando esa barrera está hecha de espuma blanda, plástico sin certificación y mala información, lo que ocurre no es una infracción de tránsito: es una muerte anticipada.
El casco equivocado no protege. Engaña. Y en una ciudad donde los accidentes en motocicleta han aumentado un 34% en los últimos tres años, seguir permitiendo que la seguridad se disfrace de plástico barato no es omisión: es complicidad.