19 abril, 2025 7:16 AM
En la pintura teotihuacana convergen temas relativos a la naturaleza, la ciudad, su arquitectura, deidades, entidades anímicas y guerreros, entre otros. Foto INAH

En la pintura teotihuacana convergen temas relativos a la naturaleza, la ciudad, su arquitectura, deidades, entidades anímicas y guerreros, entre otros. Foto INAH

El nacimiento de un espacio cultural inicia mucho antes de colocar la primera piedra que cimentará su estructura, su papel en la salvaguarda de la memoria y el conocimiento de una sociedad le confieren un valor excepcional, así lo narra el documental La pintura mural de Teotihuacan. Museo Beatriz de la Fuente (2025), dedicado a divulgar el conocimiento sobre las expresiones pictográficas de la Ciudad de los Dioses, antes, durante y después de la década de 1960.

Impulsado por la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), y la casa productora Relatando Historias, el proyecto audiovisual, de 55 minutos, fue dirigido por el documentalista Rafael Morales Orozco. Se estrenará el viernes 18 de abril de 2025, en YouTube, donde estará disponible de manera gratuita.

El reportaje explora el contexto en el que surgió la planeación del repositorio, inaugurado en 2001, así como la importancia de los murales que resguarda, aspectos que son abordados por especialistas en antropología, arqueología, historia del arte y personal administrativo de la Zona Arqueológica de Teotihuacan (ZAT).

Dichos testimonios se complementan entre sí y refuerzan el concepto, la misión y el discurso del museo, cuyo acervo asciende a 73 piezas, incluidos fragmentos de murales, taludes completos, tableros o partes de muros con pintura de carácter figurativo, naturalista, abstracto o simbólico, además de otros objetos arqueológicos procedentes de algunos de los más de 2,000 conjuntos habitacionales que conformaron la antigua urbe mesoamericana.

El también director del documental La tumba de la reina roja de Palenque (2025), Morales Orozco, enfatizó que “se buscó descifrar la cosmovisión y la vida de las y los teotihuacanos durante el periodo Clásico (150-650 d.C.), época en la que están fechadas las pinturas murales, mediante el análisis de su iconografía y las técnicas empleadas para su impronta”. Aunado a ello, se da un panorama integral de los espacios museográficos y la labor que hay detrás de ellos.

El encargado del Departamento de Museos y Comunicación Educativa de la ZAT, Jesús Torres Peralta, anotó que este recinto “cristaliza el esfuerzo de grandes investigadores que, con sus excavaciones arqueológicas, realizadas desde épocas remotas, pero principalmente entre 1950 y 1960, ampliaron el conocimiento de la cultura teotihuacana”.

Apuntó que el Museo de los Murales Teotihuacanos, Beatriz de la Fuente, condensa algunas de las manifestaciones culturales más emblemáticas de dicha civilización, con más de 700 años de desarrollo. Sin embargo, “la distancia entre sus creadores, sus signos y el entendimiento de esos códigos hacen de su análisis una tarea compleja”.

En la pintura teotihuacana convergen temas relativos a la naturaleza, la ciudad, su arquitectura, deidades, entidades anímicas, personajes, guerreros e individuos ricamente ataviados, animales míticos (híbridos y naturales), el mundo vegetal, lugares y paisajes sagrados, representados con un patrón de valores estéticos y simbólicos, como los marcos o cenefas que los encuadran y parecieran ser umbrales a otra dimensión, explicó.

Un ejemplo, citó, es la “Serpiente emplumada de Zacuala”, ubicada en la Sala de Integración Plástica, la cual muestra a un ofidio emplumado que serpentea entre cuadretes o chalchihuites con círculos verdes que representan jadeíta y líquidos preciosos, como la sangre, el agua o el semen. El animal aparece posado en un petate que alude al trono y, al mismo tiempo, al nacimiento y la muerte.

El fragmento denominado “Los animales mitológicos”, hallado en la Calzada de los Muertos, evoca una lucha entre serpientes emplumadas y jaguares, representaciones híbridas de animales sagrados distribuidas en distintos planos, separados por corrientes de agua “o espacios que obedecen a una perspectiva diferente a la que estamos acostumbrados, y cuyo significado es difícil de establecer”.

Otra obra emblemática es el mural “El Tlalocan”, en el que aparece la montaña sagrada, asociada al altepetl, concepto fundacional de los pueblos mesoamericanos, que significa pueblo o ciudad y, literalmente, “cerro de agua o agua cerro”, enmarcado por una cenefa con grecas en forma de olas que representan el umbral al coloso, y donde se puede apreciar una estrella dentro de la montaña y otra que lo acompaña en su exterior resplandeciendo en la oscuridad.