1 junio, 2025 3:42 AM
Las flechas son para esprar la entrada

Las flechas son para esprar la entrada

Me tocó encontrarme con ellos en el metro; de por sí ya venía contrariado porque al llegar a Buenavista estaba cerrado para tomar el Metrobús y sobre insurgentes no había servicio.

 

Primero pensé en caminar a Metro Hidalgo, pero no había mucho tiempo, así que regresé al Buenavista para dirigirme a la estación Allende.

 

En mi cabeza pensé que haría un transbordo en Hidalgo, otro en Centro Médico, uno más en Tacubaya y saldría en San Antonio.

 

Pero no estaba pensando con claridad, me bajé en Hidalgo y cuando busqué hacia donde caminar caí en la cuenta no que debía hacer ningún transbordo solo continuar a Centro Médico, así que regrese al mismo andén y retomé la marcha.

Había que tomar todo con calma, ya estaba ahí y nada cambiaría las cosas, total unos minutos que llegara tarde no iba a cambiar el mundo.

 

Fue hasta llegar al andén para subir hacia Tacubaya que me formé donde está la flecha que indica los laterales de las puertas; y no es que sea muy educado que digamos, pero pues conozco a mi raza y se que bajamos como manada, en esta dinámica de la ciudad todos tenemos prisa y creemos que solo impronta nuestro tiempo, por eso se pelea la gente en el Metro, por un asiento, por empujarse al subir o bajar, por verse feo, por un codazo involuntario y hasta por no poder entrar donde ya no cabe un alfiler.

 

Hombres y mujeres, no impronta todos tenemos nuestro carácter, incluso hay mujeres que dicen preferir el vagón de hombres porque allá las mujeres son algo especial, lo cual indica como decimos acá que “donde quiera se cuecen habas”.

 

Estaba a la espera del Metro cuando llegaron dos mujeres y un hombre, luego otro, cargaban una especie de casas de campaña o sombras enrolladas, eran maestros de esos que se están manifestando, y se pararon justo frente a donde abre la puerta.

 

Tuve la intención de decirles “ahí es donde sale la gente, los van a atropellar” pero me contuve, ni modo de meterme en lo que no me importa y que tal que se enojan, pensé.

 

Así que no dije nada, solo los miré con cara de ahí no, pero ni me voltearon a ver, hablaron entre ellos y mientras la mayoría nos quedamos en las flechas para entrar a los lados, ellos como buenos guerreros se quedaron firmes.

 

Al abrir las puertas del Metro quedaron frente a frente con lo que iban a salir, pero no se arredraron, empujaron hacia dentro y los de dentro hacia fuera, mientras mascullaban improperios los que querían salir.

 

Luego de unos segundos de lucha se abrió la gente que bajaba, como el mar rojo, y pudieron entrar y salir los que bajaban.

 

A los lados, los que esperábamos nos miramos con cara de ¿Qué les pasa? y pasados los empujones entramos mientras se escuchaba el pitido anuncia el cierre de puertas.

 

Se pararon al lado de la puerta, justo donde debía bajar la gente y me dije: “otra vez los van a atropellar” pero, que se le hace, no son los únicos, muchos hacemos lo mismo, no buscamos un espacio de acuerdo al viaje, solo nos paramos donde creemos que estamos cómodos y no importa quien viaja o sube.

Ellos platicaron entre ellos, no entendí quizá cosas de sus escuelas, de sus vidas mientras miraban las estaciones para saber dónde iban a bajar, luego los olvidé me metí en mi libro y me bajé en mi estación de destino sin saber más de ellos, así la vida subterránea en este Metro de la Ciudad de México.

Información: Dereporteros