9 marzo, 2025 2:51 PM
Antes de Tenochtitlán existió un asentamiento tolteca en la isla: Leonardo López Luján.

Antes de Tenochtitlán existió un asentamiento tolteca en la isla: Leonardo López Luján.

Como parte del ciclo La arqueología hoy, el investigador, miembro de El Colegio Nacional, dio paso a la conferencia “La cultura chupícuaro en el formativo mesoamericano”, a cargo de Brigitte Faugère.

Previamente, abordó algunas consideraciones sobre de la fundación de Tenochtitlan, formuladas en conjunto con el también colegiado Eduardo Matos Moctezuma.

López Luján señaló que, junto con Matos Moctezuma, considera “imperativo” realizar nuevas excavaciones para determinar los fechamientos de la ciudad.

Desde el primer pequeño caserío tolteca que se estableció antes de la fundación de Tenochtitlan, la población insular que dio origen a la Ciudad de México tiene “una prolongada historia de al menos mil años” y, con seguridad, “mucho más”, aseguró el arqueólogo Leonardo López Luján, miembro de El Colegio Nacional.

Antes de dar paso a la conferencia “La cultura Chupícuaro en el formativo mesoamericano”, impartida por Brigitte Faugère como parte del ciclo “La arqueología hoy”, el colegiado compartió algunas consideraciones acerca de la fundación de la antigua Tenochtitlan, realizadas en conjunto con el arqueólogo y colegiado Eduardo Matos Moctezuma.

“Eduardo Matos Moctezuma y un servidor consideramos imperativo realizar nuevas excavaciones arqueológicas profundas en la Ciudad de México, tanto en los terrenos que ocuparon el recinto sagrado Tenochtitlan, en los palacios circundantes, así como en la periferia insular de aquel islote primigenio, que era mucho más chico, con el objetivo expreso de recuperar más y mejores evidencias materiales de las ocupaciones tempranas y precisar así su índole y su temporalidad”, dijo.

López Luján se refirió a los pozos profundos que se realizaron en los años 90 bajo la Catedral Metropolitana con la finalidad de llevar a cabo una “subexcavación correctiva y salvar del colapso a este colosal complejo arquitectónico novohispano”. Las lumbreras, dijo, revelaron las capas estratigráficas más antiguas del área, mostrando los primeros asentamientos.

“En el contexto del proyecto de rectificación geométrica de la catedral, hecho por un grupo de brillantes ingenieros, se abrieron 32 lumbreras cilíndricas de 3.4 metros de diámetro y hasta 26 metros de profundidad”. A partir de los datos arrojados en la lumbrera 2, “los ingenieros encontraron en los niveles más superficiales, desde 0 a 8.8 metros de profundidad, las capas estratigráficas pertenecientes al México de los períodos independiente y más abajo colonial”.

A continuación, “documentaron las capas de la 1 a la 9, es decir, de 8.8 metros a 12.3, asignadas a la llamada fase Azteca 3, tradicionalmente fechada en el período 1400-1521. Esto cobra sustento en la detención por hidratación de artefactos de obsidiana recuperados bajo la catedral y el sagrario en la recimentación de los 60 y los 70, lo cual dio como años extremos 1411 y 1498”.

En ese momento tuvo lugar la edificación masiva del recinto sagrado de Tenochtitlan. Más abajo se toparon con las capas 10 a la 12, de 12.3 metros a 13 metros de profundidad, que corresponden a la fase azteca 2, “la cual se ha asociado al arribo de grupos chichimecas al centro de México. Los fechamientos por hidratación de artefactos de obsidiana exhumados bajo la catedral arrojan el rango que va de 1198 a 1294; sin embargo, los más nuevos fechamientos radiocarbónicos para la cuenca, la producción de cerámica Azteca 2 habría sido más tardía y correspondería al periodo de 1331 a 1447”.

Más abajo, en la capa 13, de 13 a 13.7 metros, se encontraron restos cerámicos de la fase Tollan y Azteca 1, “y concluyeron la existencia, y esto es muy sorprendente, de un asentamiento tolteca de carácter permanente, quizás un pequeño caserío. De acuerdo con los fechamientos de hidratación de obsidiana, pues tenemos fechas del 910 al 1122, y lo anterior concuerda con los nuevos fechamientos radiocarbónicos para la cuenca, en los que la producción de la cerámica Mazapán-Tollan queda escrito al periodo de 882 a 1166, traslapándose con el de las cerámicas Azteca 1, cuyo rango es de 880 a 1390”.

En esas capas estratigráficas profundas, explicó, se ha recuperado también cerámica de fases anteriores como la Coyotlatelco, en el epiclásico, y Xolalpan-Metepec, del clásico; “más allá de los 15 metros de profundidad subyacen capas que son culturalmente estériles”. De esta manera, dijo, “el dato arqueológico duro no deja dudas: antes de Tenochtitlán existió un asentamiento tolteca en la isla primigenia, presumiblemente un pequeño caserío”.

Esta observación, recordó, ya la habían hecho en los años 70 los arqueólogos Constanza Vega y Joaquín García Bárcena. “Obviamente, no se puede descartar la posibilidad de que antes del siglo XI de ese asentamiento tolteca, hubiera otros permanentes o estacionales del epiclásico, el clásico, el preclásico e, inclusive, de la lejana etapa lítica de los cazadores, recolectores, pescadores. De lo anterior se desprende que la ciudad insular donde nos encontramos ahora tiene una prolongada historia de al menos mil años, de seguro muchos más”.

 

Chupícuaro, aún más añeja

 

Aún más vieja que la civilización azteca, que se estableció en el centro de México, los orígenes de la cultura Chupícuaro, asentada en el centro norte de Mesoamérica, casi en los límites de los actuales estados de Guanajuato y Michoacán, han podido ser fechados entre los años 600 y 400 antes de Cristo, reveló la arqueóloga e historiadora Brigitte Faugère, de la Universidad de París 1 Panthéon-Sorbonne.

“Hoy en día tenemos aproximadamente 45 fechas radiocarbónicas que permiten amarrar la cronología. La fase Chupícuaro temprano se extiende de 600 a 400 a.C. y está caracterizada por cerámica café policroma y figurillas Choker; sigue la fase Chupícuaro reciente, entre 400 y 100 a.C., caracterizada por la cerámica polícroma negro y las figurillas Lantais, y esta fase marca el auge de la cultura”, dijo.

“Lo que identificamos después de esta fase Chupícuaro reciente, es el lapso de un rato que dura, por lo menos, un siglo, y luego inicia la fase Mixtlán al inicio de nuestra era y cubre la parte del clásico temprano hasta 250-450 d.C.”, agregó.

Chupícuaro, recordó, “antes de todo fue conocida por la calidad, la variedad y las características propias de su alfarería. Desde el inicio de los años 20 del siglo pasado, estas espectaculares producciones fueron conocidas por los coleccionistas y empezaron a circular en el mercado del arte a nivel nacional. Son en particular la cerámica pintada con sus formas espectaculares y las grandes figuras huecas, ricamente decoradas, las que fueron más codiciadas, generando desde los años 20 intensas actividades de saqueo”.

El mismo Diego Rivera reunió una colección que “se volvió rápidamente abundante, integrando piezas originales y numerosas falsificaciones o piezas modernas. La circulación de piezas Chupícuaro en el mercado del arte alertó la entonces Dirección de Arqueología”.

La región donde nació la cultura Chupícuaro “se encuentra en el centro norte de México, a media distancia entre el centro y el occidente de México. Se extiende en cuencas sucesivas que siguen el curso del río Lerma, en la frontera entre los estados de Guanajuato y Michoacán, sin embargo, la distribución de sus materiales abarca una zona más amplia”.

Asentada en una zona de cuencas ricas en agua, a finales de los años 20 del siglo pasado, “surge la idea de construir una presa sobre el río Lerma, con la meta de contener sus salidas durante la temporada de lluvias, que ponían en riesgo los asentamientos humanos y las tierras agrícolas; también se trataba de constituir reservas de agua para el riego durante la temporada seca. Después de años de estudio, los trabajos empezaron al inicio de los años 40 y el embalse se inundó en 1949, cubriendo de sus aguas unos 22 pueblos que estaban asentados en el fondo del valle”.

El pueblo de Chupícuaro “se encontraba en la zona donde confluía el río Tigre con el Lerma y era, de hecho, el pueblo más poblado de la región. Desde el siglo XVII, se le adjuntó a la iglesia dedicada a San Pedro un convento con unas 15 celdas y un cementerio, numerosas casas se distribuían a lo largo de las dos calles principales, y el pueblo alcanzaba más o menos 900 habitantes en el momento de la inundación”.

Tras diferentes excavaciones y trabajos durante la segunda mitad del siglo XX, Brigitte Faugère trabaja en la región desde hace más de dos décadas con el apoyo de Francia y del INAH. “Las metas del proyecto fueron conocer los modos de vida, la organización política, social y económica de la sociedad Chupícuaro y también entender mejor las dinámicas culturales con las demás sociedades del formativo en una perspectiva diacrónica”.

Así, se ha podido determinar que las codiciadas figurillas de Chupícuaro, “son, en gran mayoría, representaciones tridimensionales de mujeres. Hay también representaciones de hombres, pero son más escasas, y lo interesante es que podemos ver con estas figurillas las diferentes etapas de la vida de las mujeres: vemos mujeres que se ven más jóvenes, otras con más años, y sobre todo con una focalización sobre el periodo de embarazo y de maternidad”.

“También las figurillas nos enseñan muchas cosas sobre la manera de adornarse, de peinarse, se nota una gran diversidad de peinados, cómo arreglaban su cabello, cómo lo decoraban con aretes, quizás con flores, con bandas y también la variedad de sus adornos de cuerpo como orejeras, collares, siempre collares. Muy importante para la época son las pinturas corporales, las poblaciones pintaban su cuerpo de distintas maneras y son códigos simbólicos que estamos tratando de descifrar”, señaló.

Además de deformación craneana, muchas figurillas ilustran la vida cotidiana: “una mujer moliendo maíz en el metate y unas llevando cosas, o bien una olla en la espalda o bien un mecapal atrás de la cabeza”.

Después de la última fase y el abandono de la ciudad, “hacia el 350 después de Cristo, sin embargo, este mismo sitio es reocupado y después de un complejo rito de clausura fundación, se construye una nueva estructura descansando sobre un espeso piso de estuco”.

“Concluimos que el sitio vuelve a ser ocupado por grupos afiliados a Teotihuacán, lo que parece corresponder a una prorrogación del movimiento iniciado al final de la fase Chupícuaro reciente, movimiento de acercamiento y quizás de fusión de las tradiciones de ambas regiones. Sin embargo, es muy notorio que esta presencia de materiales de tradición teotihuacana no se encuentra en muchos sitios de la zona, sino en sitios ubicados únicamente en las vías de comunicación”, destacó la investigadora.