Científicos del Instituto de Física (IF) de la UNAM, en conjunto con investigadores de las universidades de Tarapacá, y de Chile, revelaron por primera vez la presencia de tintes elaborados a base de púrpura de caracol y cochinilla en textiles de vicuña (fibra), confeccionados en el periodo 1100 a 1450 d.C., en el desierto de Atacama, en ese país de América del Sur.
José Luis Ruvalcaba Sil, investigador del Laboratorio Nacional de Ciencias para la Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural (LANCIC) del IF, explicó que desde hace una década colaboran con expertos de la Universidad de Tarapacá de Chile, encabezados por Marcela Sepúlveda, quienes trabajan con un sitio funerario precolombino en Playa Miller, ubicado en la costa de ese desierto.
En el caso de los textiles de Atacama, continuó, lo interesante fue descubrir señales del elemento bromo que en este caso es diagnóstico de púrpura del caracol, molusco que al estimularlo produce una sustancia con ese color. En Oaxaca todavía se sigue utilizando para la tinción de textiles, abundó el universitario.
Debido a la antigüedad y delicadeza de los materiales provenientes de Chile, el LANCIC priorizó la identificación de los tintes mediante métodos no invasivos, es decir, sin utilizar procedimientos químicos de separación. Para ello empleó fibras que fueron trasladadas al IF en Ciudad Universitaria por el grupo chileno. Además del tinte de molusco, también se encontró cochinilla para teñir los textiles, igual que se utiliza hoy en muchas comunidades indígenas.
Las fibras analizadas son fragmentos que se desprendieron de los textiles y se pudieron estudiar gracias a la forma en que fueron procesadas. Se enviaron de regreso sin daños a los acervos de Chile, para otros estudios.
Ruvalcaba Sil manifestó: La gran ventaja en este ambiente desértico es que las telas se conservan bien y, en algunos casos, tienen colores similares a los de su tinción original.
Edgar Casanova González, investigador por México de la Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación adscrito al LANCIC, enfatizó que el método usual para el análisis de muestras de este tipo de material es someterlo a una extracción con un solvente químico y, posteriormente, analizarlo en un cromatógrafo, lo que hace que la muestra solo pueda ser tratada una vez, por lo que se le considera un proceso microdestructivo, el cual se puede emplear después de los análisis no invasivos.
Para el trabajo, abundó, se contó con un método analítico que combina microscopía óptica, Microscopía Electrónica de Barrido, Fluorescencia de rayos X, Espectroscopía Infrarroja de Transformación Fourier, y Espectroscopía Raman Amplificada en Superficies, con nanopartículas coloidales de oro concentradas.
Esta técnica es usualmente empleada en detección de contaminantes, o en medicina, y es aplicada en estudios de patrimonio por su capacidad de identificar pequeñas cantidades de colorantes sin alterarlos. Adicionalmente se identificó con espectroscopía infrarroja que las fibras en esos textiles son de vicuña, lo que permitió determinar que no se recurrió a alpacas ni otros camélidos (mamíferos herbívoros, con largos y delgados cuellos y pierna) de la región, apuntó.
También comentó: Ya se sabe que la fibra es de origen animal por el tipo de escamas que vimos en microscopía electrónica, y se puede saber de qué ejemplar eran.
Para Alejandro Mitrani Viggiano, técnico académico del LANCIC, identificar el bromo dio la pauta para encontrar el colorante púrpura y, junto con los estudios realizados en Chile, se pudo determinar que este elemento no era resultado de una contaminación de sales del suelo. El púrpura de caracol es relevante porque no es una tintura que se encuentre usualmente. Aunque las diferentes especies de moluscos de los que se extrae están distribuidas alrededor del mundo, su uso es limitado.
Cabe señalar que investigaciones previas han reportado el empleo de estos caracoles por poblaciones prehispánicas de la costa del norte de Chile, por lo que es probable que esos moluscos provinieron de esa zona.
El trabajo, publicado en la revista PLOS One, describe cómo la colaboración entre la arqueología y la física favorece obtener resultados novedosos sobre los materiales, dando mayor valor al patrimonio cultural, finalizaron los expertos.

