Hay fechas que el calendario no olvida. No por festividades ni por costumbre, sino porque en ellas ocurrieron hechos que fracturaron imperios, derrumbaron estatuas, sacudieron civilizaciones y recordaron que el enemigo más mortal puede ser invisible. El 28 de julio es una de esas fechas que no se conmemora: se sobrevive.
La efeméride más contundente del día no se encuentra en guerras ni coronaciones, sino en laboratorios y clínicas. El Día Mundial contra la Hepatitis, promovido por la Organización Mundial de la Salud, busca concientizar sobre una enfermedad que —a pesar de tratamientos, vacunas y diagnósticos— sigue matando a más de 1.3 millones de personas al año, silenciosamente, sin titulares ni sirenas.
Una amenaza silenciosa en pleno siglo XXI
Más allá del ruido político o mediático, la hepatitis viral representa una crisis de salud global que ha sido minimizada. Tipos como la hepatitis B o C pueden permanecer asintomáticos durante años antes de causar cirrosis o cáncer hepático. En muchas regiones, el diagnóstico llega tarde o no llega nunca. La conmemoración no busca flores, sino vacunas, pruebas rápidas y voluntad política.
Imperios caídos, íconos vencidos
El 28 de julio de 1794, la Revolución Francesa mostró que ningún poder es eterno. Maximilien Robespierre, arquitecto del Terror, fue ejecutado en la guillotina por el mismo régimen que él ayudó a construir. La escena, ocurrida en París, marcó el principio del fin de una revolución devorada por su propio fuego.
Más de un siglo después, en 1914, el Imperio Austrohúngaro declaró la guerra a Serbia. Ese movimiento de fichas en el tablero europeo detonó la Primera Guerra Mundial, una carnicería que redefiniría las fronteras, los tratados y la noción misma de humanidad.
La tierra también se rebeló
En 1976, la ciudad de Tangshan, China, fue golpeada por un sismo de 8.3 grados, dejando más de 240 mil muertos. El evento no sólo fue el más mortífero del siglo XX, sino que evidenció las fragilidades de un régimen que trató de ocultar la magnitud de la tragedia. El 28 de julio quedó marcado en la historia como la fecha del desastre que no se supo contar completo.
En México, esa misma fecha pero en 1957, un sismo de magnitud 7.9 provocó la caída del Ángel de la Independencia. El monumento, símbolo patrio, cayó ante la fuerza de la naturaleza y dejó claro que ni los símbolos más firmes son inmunes al movimiento de placas tectónicas.
Cultura, migración e identidades en tránsito
El 28 de julio de 1865, un grupo de colonos galeses desembarcó en la Patagonia argentina, en uno de los procesos migratorios más curiosos del siglo XIX. Lejos de la lógica de conquista o saqueo, estos migrantes buscaron preservar su idioma y cultura en tierras aisladas, dejando huella en la historia sociolingüística del Cono Sur.
Por otra parte, en 1871, nació Agustín Víctor Casasola, pionero del fotoperiodismo mexicano. Sus imágenes capturaron la Revolución Mexicana con una crudeza inédita para la época y redefinieron la forma de narrar el conflicto a través del lente.
No todo es tragedia: también hay advertencia
El Día Mundial contra la Hepatitis comparte escenario con la memoria de terremotos, revoluciones y colapsos políticos. La coincidencia no es casual. Todas ellas son advertencias: lo que no se ve también destruye. Lo que no se escucha también mata. Lo que no se conmemora, se repite.
El 28 de julio se levanta como una muralla de hechos que no permiten el olvido. Enfermedades invisibles, dictadores derrocados, imperios colapsados, placas tectónicas furiosas y migraciones silenciosas convergen en una fecha que no invita a la celebración, sino a la conciencia. Porque hay días que no celebran victorias: enseñan lecciones.

