El rector de la UNAM, Leonardo Lomelí Vanegas, afirmó que conmemorar el cincuentenario del Museo Universitario del Chopo nos invita a reflexionar sobre la manera en que esta casa de estudios ha concebido y ejercido su papel frente a la sociedad: no solo como un espacio de generación y transmisión de saberes, sino también como un actor público que acompaña procesos y transformaciones culturales, y que promueve la imaginación, la creatividad, el pensamiento divergente y la construcción de identidades y sentidos colectivos.
En la ceremonia por el 50º aniversario del recinto, el rector sostuvo que la cultura no es ornamento, sino sustancia; no es simple ceremonia, sino campo de disputa; no es privilegio, sino derecho; y no debe estar destinada a imponer consensos, sino a estimular la pluralidad.
A lo largo de cinco décadas, detalló, este Museo ha sido un vínculo entre la UNAM y sectores históricamente excluidos de la conversación cultural. “Su relevancia no es únicamente patrimonial o simbólica, es pedagógica. Nos ha demostrado que otro modelo de museo es viable: uno donde el archivo es la herramienta crítica, la programación no es vertical y las juventudes no son un público pasivo, sino interlocutoras activas”.
La estructura de hierro de este edificio, diseñada en Alemania a inicios del siglo XX y trasladada al México porfiriano, tuvo varios usos: pabellón de arte industrial, sede del Museo Nacional de Historia Natural y, durante varios años, un recinto silente. En 1975, con su reapertura como parte del patrimonio universitario, encontró su vocación: no solo resguardar objetos, dispositivos y discursos, sino dejarse interpelar y transformar por los paradigmas de cada época. Desde entonces se ha consolidado como un campo de experimentación, innovación e intercambio, y ha sido una plataforma fundamental para la libertad cultural, política y social de México.
Su remodelación en 2010 marcó un punto de inflexión, explicó el rector. El museo fue renovado, ampliado y equipado con infraestructura tecnológica para fortalecer su producción curatorial, escénica y documental. Su propósito ha sido, y seguirá siendo, acompañar manifestaciones culturales surgidas en escenarios emergentes, reconocer estéticas disidentes y sostener un diálogo —a veces incómodo, pero siempre fecundo— con las contradicciones de nuestro presente, consideró el rector.
Desde la UNAM reafirmamos nuestro compromiso con este y con todos los recintos culturales de nuestra casa de estudios. Reconocemos su valor simbólico y material, y confiamos en su capacidad para seguir imaginando y creando horizontes posibles, finalizó Lomelí.
La coordinadora de Difusión Cultural, Rosa Beltrán Álvarez, recalcó que este Museo ha tejido una red única de complicidades creativas, convirtiéndose en un modelo inspirador para repensar la difusión cultural, la producción artística, la formación no académica a través de sus talleres libres, y como madriguera de comunidades y exploraciones en torno al tiempo que vivimos.
La Universidad Nacional, resaltó Beltrán Álvarez, es una institución pionera en muchos aspectos de la cultura y la creación artística. Las expresiones más vanguardistas ocurren aquí, como también el pensamiento disidente, porque somos una institución crítica y autónoma. Y el Chopo se nos presenta como ese espacio que toda gran universidad necesita, uno que nos recuerda que el conocimiento no sólo se produce en las aulas, sino también en lugares en donde la creación se atreve a preguntar, a desafiar y a imaginar futuros posibles.
Es la demostración viva de cómo la cultura puede ser ese puente necesario entre academia y calle, entre teoría y práctica, entre memoria y la intervención del porvenir. “Con su trayectoria, el Chopo ilumina el camino para seguir construyendo una UNAM más pertinente, más audaz, más conectada con los desafíos de nuestro tiempo, con los cruces intergeneracionales, y más comprometida con la diversidad de expresiones que conforman el tejido cultural de México”.
Silvia Giorguli Saucedo, presidenta de El Colegio de México e integrante de la Junta de Gobierno de la UNAM, recalcó que en este aniversario se aprecia un proyecto cultural dinámico, vivo y atrevido; un museo que proyecta una iniciativa cultural ad hoc con los tiempos actuales, que combina ser un espacio para la memoria, con una renovación de la oferta artística.
Celebramos al Museo como un espacio de memoria e historia, al tiempo que con la inauguración de la sala Elena Urrutia, se hace patente la participación de las mujeres en la construcción institucional; así se reconoce su legado y se visibiliza la contribución femenina en empresas culturales e intelectuales tan importantes, creativas y disruptivas como este Museo.
Sol Henaro Palomino, directora del recinto, dijo que este espacio ha sido y sigue siendo un lugar donde confluyen una diversidad de comunidades y generaciones para ver una exposición, asistir a un concierto, presenciar un programa de artes vivas, ver una película o tomar un taller libre. Durante medio siglo ha albergado, difundido, generado y ofrecido un conjunto integral de contenidos culturales y ha defendido el derecho a la cultura.
Celebrar 50 años es una ocasión para pensarnos, pero sobre todo para tonificar el músculo cultural y ofrecer nuestro compromiso de seguir siendo un centro social travestido de museo. En un momento en que el odio o el individualismo amenazan, donde suele deslegitimizarse el poder de la cultura en la vida social, “nuestra posición es clara: resistir y defender al sector cultural y educativo”. Necesitamos espacios culturales donde germinen mundos más amables, empáticos, críticos, corresponsables y libres.
Abraham Cruzvillegas, artista e integrante del Consejo Asesor de este museo, recalcó que ese espacio todo el tiempo mira a lo marginal, a lo que no existe en lo institucional, o en el protocolo. Eso “es lo que aquí está y ha estado todo el tiempo”.
El museo cumple cabalmente con la educación, la investigación y la difusión de la cultura, en un tejido que parte siempre de la comunidad. Los talleres libres, detalló, han sido la cuna y el eje de lo que pasa en este espacio, en el barrio, en la zona norte, en las disidencias y resistencias, “y en eso seguimos”. El Chopo es el museo del rock y el punk, del primer tianguis de truque de discos y libros, un sitio comunitario del vecindario; ventana para las juventudes creativas en ciernes, y espacio de artes vivas, entre otros aspectos.
Al acto, efectuado en el Foro del Dinosaurio “Juan José Gurrola” del Museo, asistieron Mario Luis Fuentes Alcalá, presidente del Patronato Universitario; Patricia Dávila Aranda, secretaria General; funcionarios de la administración central y de la Coordinación de Difusión Cultural, exdirectoras y exdirectores del recinto; y la comunidad del Museo.
En este marco tres de sus salas adoptaron los nombres de Elena Urrutia, Jorge Pantoja y José María “Chema” Covarrubias. Asimismo, se abrió la exposición Era un árbol y se convirtió en un bosque. 50 años del Museo Universitario del Chopo, que permanecerá abierta hasta el 7 de diciembre.
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