A diferencia de un operativo de desalojo, el fenómeno que atraviesan colonias como Tacubaya, Tabacalera y Lomas de Sotelo ocurre en silencio: sin notarios, sin patrullas, pero con el mismo desenlace. Vecinos de décadas abandonan sus viviendas empujados por la subida incontrolable de rentas, alimentada por la expansión de rentas temporales turísticas y la llegada de foráneos con ingresos superiores al promedio local.
Aunque la narrativa dominante presenta estos cambios como “revitalización barrial”, detrás de cada restaurante nuevo y cada edificio remozado hay historias de resistencia vecinal, rupturas familiares y mudanzas forzadas. La gentrificación no solo encarece la renta: redefine el espacio público, tensiona el acceso a servicios y borra la identidad social original de los barrios.
Según datos del Observatorio de Vivienda Urbana (OVU), el alquiler promedio en Tacubaya pasó de 6,800 a 9,450 pesos mensuales en menos de 18 meses. En Tabacalera, colonias que solían ser refugio de adultos mayores ahora exhiben anuncios de renta en inglés y menús veganos con precios en dólares. El desplazamiento se vuelve evidente no en los titulares, sino en la desaparición gradual de estéticas, fondas y tianguis tradicionales.
Censos alternativos para visibilizar el “despojo no violento”
Vecinos organizados han comenzado a levantar censos alternativos para visibilizar el “despojo no violento”. Una de las propuestas incluye solicitar a las autoridades capitalinas una moratoria para nuevos desarrollos verticales en zonas de alto riesgo de gentrificación, así como mecanismos fiscales que desincentiven la especulación inmobiliaria.
Por otro lado, plataformas como Airbnb continúan operando con regulación ambigua. Aunque la Ley de Vivienda de la CDMX exige que el uso habitacional no se convierta en comercial, las inspecciones son casi inexistentes y el registro de anfitriones es voluntario. Mientras tanto, en cada mudanza hay un contrato que no se renueva y una familia que desaparece sin dejar huella.
En el corto plazo, especialistas advierten que de no contenerse esta tendencia, podría ocurrir un “quiebre demográfico” en el centro urbano de la capital: una ciudad que se vuelve rentable para vivir, pero inhabitable para sus habitantes históricos.
Este tipo de transformación silenciosa podría ser uno de los mayores retos urbanos del siglo XXI: cuando la exclusión no se impone con violencia, sino con precios.

