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La navegación prehispánica fue una actividad de toda Mesoamérica: Mariana Favila Vázquez

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Aun cuando la cultura maya ha aportado más elementos para estudiar la navegación en la época prehispánica, el arte de “surcar” las aguas sobre una embarcación se desarrolló a lo largo de todo el territorio mesoamericano. 

 

Así lo aseveró la arqueóloga Mariana Favila Vázquez, al participar en el ciclo La arqueología hoy, que coordina el arqueólogo Leonardo López Luján, miembro de El Colegio Nacional.

 

La investigadora del CIESAS y especialista en movilidad y navegación acuática en el México prehispánico dictó la conferencia “Travesías por agua: sistemas de navegación en Mesoamérica” en el Aula Mayor de la institución, donde afirmó que las evidencias demuestran que la navegación se desarrolló tanto “en el centro de México, en el Occidente, en la costa del Golfo, en la costa del Pacífico y más hacia el norte, en la costa del Pacífico hacia el golfo de California”.

 

“Definitivamente, la maya es, probablemente, la cultura prehispánica de la que más sabemos sobre el tema de la navegación; sin embargo, no era la única que navegaban. En realidad, la práctica de la navegación estaba bastante bien distribuida”, señaló.

 

Favila Vázquez, autora de La navegación prehispánica en Mesoamérica, agregó que “el hecho de que sepamos más de los mayas tiene que ver con que, definitivamente, eran unos excelentes navegantes, pero también hay una explicación detrás: una fama que se les hizo a partir de 1950, cuando el arqueólogo mayista Eric Thompson habló de ellos como los argonautas del Caribe o los fenicios de Mesoamérica”.

 

Otra limitante en torno al conocimiento del desarrollo de la navegación prehispánica, dijo la investigadora, se refiere a que se ha circunscrito o reducido a la esfera económica, ya sea al transporte o al intercambio de mercancías. “En realidad es una actividad que está presente en esferas sociales muy diversas”, y sobre esto desarrolló su disertación.

 

No obstante, Favila Vázquez advirtió que aún hacen falta muchos estudios para corroborar la importancia que tuvo la navegación entre las culturas mesoamericanas. “Faltan muchas prospecciones, yo creo que se pueden encontrar canoas que no sean resultado de hallazgos fortuitos, no porque tengan algo de malo los hallazgos fortuitos, sino porque se pueden hacer modelos predictivos con sistemas de formación geográfica y se puede modelar dónde podría haber una mayor probabilidad”.

 

“Falta mucho trabajo de archivo, eso significa que faltan muchos historiadores, historiadoras, arqueólogos y arqueólogas que quieran meterse a archivo también, sobre todo para entender estos procesos de reconfiguración tras la llegada de los españoles. Falta mucho trabajo etnográfico y falta mucho trabajo de interpretación iconográfica y epigráfica, entonces, en conclusión, falta mucho”, dijo.

 

Hasta el momento, explicó la investigadora, han sido localizadas cuatro evidencias arqueológicas de embarcaciones prehispánicas, aunque quizás una de ellas “no lo sea”. Una de ellas se ubicó en un salvamento arqueológico en Coatzacoalcos, Veracruz. “Por ahí” de 2005 por el arqueólogo Alfredo Delgado y su equipo de trabajo “encontraron dos improntas de canoas en una paleoplaya”, que fecharon en el periodo Clásico.

 

Otra canoa arqueológica se exhibe en el Museo Nacional de Antropología, en la Sala Mexica y “es bastante famosa. Mide alrededor de seis metros; la cuarta canoa fue reportada en 2022 por la doctora Elena Barba dentro del contexto de los hallazgos, de los trabajos de salvamento del Tren Maya”. Pero todas, dijo, “son por hallazgos fortuitos, como suele pasar en muchas otras circunstancias en la arqueología”.

 

Comparado con otro tipo de materiales arqueológicos, señaló, las evidencias son escasas, pero eso se explica porque se trata de material susceptible de descomponerse. “Es materia orgánica que se deshace, a menos que esté en condiciones muy específicas, básicamente tiene que estar en un contexto anegado, es decir, inundado con agua, lo más lleno que se pueda, o extremadamente seco. Si no se cumple una u otra condición, simple y sencillamente, pues difícilmente vamos a tener la embarcación”.

 

Más que un medio, un símbolo

 

Tanto en códices, como en el Florentino, o en figurillas, como las localizadas en Tlatelolco, existe una clara carga simbólica de lo que representó la navegación para las antiguas culturas mesoamericanas. “Hay toda una cuestión muy interesante entre las canoas y ciertos grupos de deidades asociados con el lago, con la lluvia, etcétera, con los mitos”, señaló la investigadora Mariana Favila Vázquez.

 

Si bien el arte de surcar las aguas no se circunscribe al área maya, es ahí donde las evidencias se vuelven más claras respecto a lo simbólico de la práctica. “En el área maya tenemos mucha información sobre las analogías entre la práctica de la navegación y el movimiento de los astros. Están navegando el dios del sol, el dios del maíz tanto en el inframundo como en el cielo, y hay toda una serie de mitos que están representados”.

 

Aun cuando el árbol de la ceiba “es una mala madera para construir canoas, ya que se pudre rápidamente y las canoas no duran mucho”, entre los mayas la especie es de suma importancia: “Es un árbol sagrado, y es un árbol que, además, entre muchas otras significaciones y está estrechamente vinculado con un ser muy específico, que es un reptil, que usualmente se ve como cocodrilo, o bien, como monstruo de la tierra o, como en el centro de México se conoce, cipactli, o itzamná en el área maya como ”.

 

Las evidencias iconográficas, arqueológicas, históricas y etnográficas, dijo, hablan de “una estrecha relación entre las canoas y una noción de la tierra firme”. Investigaciones recientes, tanto en Metzabok, Chiapas, como en la región de los Tuxtlas, Veracruz, se asocia a las canoas como parientes de los cocodrilos. Para la investigadora, “hay una relación analógica que parece más bien hablarnos de que las canoas podrían haber sido entendidas, por lo menos en algunos contextos muy concretos, como extensiones de la tierra firme o representaciones en miniatura de la tierra firme”.

 

Esa, dijo, “es una relación que yo entiendo como una analogía y que definitivamente tiene mucho que ver con la concepción del entorno, pero también con la apropiación de este mismo entorno y de un espacio tan especial como son los cuerpos de agua”.

 

En todo caso, estimó, “creo que nos estamos perdiendo de la mitad, tenemos la mitad del escenario entendido más o menos bien y la otra mitad, que es el agua, falta mucho”.

 

Antes de la participación de Favila Vázquez, el colegiado Leonardo López Luján se refirió a un descubrimiento de diciembre de 1979 en la zona arqueológica del Templo Mayor de Tenochtitlan. El hallazgo fue realizado por Carlos Javier González y es conocido como la ofrenda 41: se trata de un tepetlacalli o una caja de piedra con tapadera, dedicada a Tlaloc, el dios de la lluvia.

 

“Lo interesante es que se remonta a la etapa 4A, que fue construida por el famosísimo tlatoani Motecuzoma Ilhuicamina, que gobernó entre 1440 y 1469”. Además de pequeños peces elaborados en concha de madre perla y otras representaciones del mundo acuático, en el interior se localizaron “dos espectaculares representaciones en miniatura de canoas, en náhuatl acalli, casa o caja de agua”.

 

“Tallado en la misma roca estaban, pues, los aperos de la caza y de la pesca lacustre, el minacachalli, es decir, un tridente para capturar peces y aves migratorias, y también tenemos los famosos ahuictli, es decir, los remos, y el timón de esa embarcación”, recordó.

 

“Travesías por agua: sistemas de navegación en Mesoamérica” se encuentra disponible en el Canal de YouTube de la institución: elcolegionacionalmx.

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